miércoles, diciembre 28, 2016

Año de Mierda

(Si quien lee esto conoce a mi mamá, le rogaría no se lo muestre)

Soy un convencido de que la suerte se la hace uno, que las malas vibras atraen malas vibras y que las buenas atraen buenas.

Quizás por eso no me había percatado lo caca que fue este año para mí… hasta ayer.
Fue un año lleno de “pruebas”, pero todas (o casi) las enfrenté con la frente en alto y sin echarme a morir.

Aunque comparto todo lo que me pasa, ya sea por mis redes o por este blog, hay algo que aún no me había decidido a compartir, algo que muchos saben pero muchos aún no. Tal vez porque es algo que le pasa a una persona que no soy yo, tal vez porque no quiero compasión o lastima, o tal vez simplemente aún estoy en estado de negación e inconscientemente pienso que mientras menos hable de ello es menos real; en fin, no sé cuál sea la razón por la que no he “compartido” la enfermedad de mi mamá: un cáncer terminal por el cual está pasando estas fiestas en un hospital; y que aunque la den de alta en las próximas semanas, es muy probable es que este sea el último año nuevo que le quede.

Pero no quiero hablar de eso, es por lejos lo más penca que me ha pasado en la vida, y por ende lo más penca de este año: el año más penca de mi vida.

No he llorado mucho porque “tengo que ser fuerte”. En la mañana de la noche que pasamos en la posta, cuando llegó una amiga suya a “reemplazarme” de acompañante, me di permiso un par de minutos para llorar con ella, pero solo un poco, para que mi mamá no se fuera a dar cuenta y se fuera a poner triste también… y luego en el auto cuando llamó el primer amigo, me quebré de nuevo, esta vez sin darme permiso.

Cuando el vaso está muy llenó, basta una insignificante gotita para rebalsarlo. Ya lo dije, toda la mierda que me tiró este año la tomé con positivismo y sin echarme a morir… “soy como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie”; Pero ayer se me enganchó la manga de la camisa en una reja y se rompió, y esa fue la gotita...

El año partió mal cuando en Enero tuve mi primer accidente en moto. No fue mi culpa, no iba rápido, pero el petróleo (es más probable que haya sido eso que aceite) en la calzada provocó que la rueda delantera de la moto se resbalara. Fractura grave de clavícula, se partió en 3 pedazos, hubo que operar y estuve 3 meses con licencia… al lado de la fractura el resto de las lesiones eran de menor importancia, pero igual tuve que estar con cabestrillo y bota.
Cuando me subían a la ambulancia, le pedí a la paramédico que me tomara una foto con mi dedo gordo hacia arriba y una sonrisa, para transmitir tranquilidad a todos, porque yo a pesar de las heridas estaba bien. Estaba vivo y mi ánimo seguía intacto.





El segundo accidente en moto en Octubre tampoco fue mi culpa. Una camioneta me pasó a llevar con el retrovisor mientras me adelantaba a gran velocidad en Isabel Riquelme.  Ese accidente no fue tan grave, solo un mes de licencia, fractura pequeña sin operaciones, ni hospitalizaciones, solo terapia física.

Tener un accidente lo tiene cualquiera, ¿pero dos en el año?


En Septiembre me clonaron la tarjeta de débito e hicieron una compra en el extranjero. Por suerte el banco respondió y tenía seguro. Gracias al otro banco, al Security, supe que la clonación se produjo en el cajero automático de la Copec del 15 de pajaritos. Los del security bloquearon mis tarjetas de forma preventiva porque detectaron que yo había usado mi tarjeta en ese cajero que estaba intervenido… el mismo de donde sacaba plata con la tarjeta que me clonaron, porque me quedaba de camino entre el metro y la micro.

Este lunes nuevamente me llegó un SMS de “alerta de fraude” del Santander. Alguien había usado mi nueva tarjeta de crédito (la que me dieron después de que bloqueara todas las tarjetas después de la primera clonación) para comprar por internet en “Delta” por más de USD 1.600, eso es más de un millón de pesos.

Que le clonen la tarjeta le pasa a cualquiera... ¿pero dos veces en un año?

Así que ayer, entre lo de mi mamá, la tarjeta clonada y un tema con VTR que no viene al caso mencionar, estaba medio amargado, así que busqué en Google Play un disco bien alegre: “Neil Sedaka” y con mis audífonos partí a cotizar una cama clínica para mi mamá… cantando bajito y caminando al ritmo de la música: Alegre a pesar de todo


Ahí fue cuando me enganché la camisa.


Antes cuando era gordo, solo podía comprarme camisas caras, caras al menos para mí… Arrow; porque las baratas de multitienda no llegaban a la talla 18 ½.
Desde mi cambio solo me había comprado camisas baratas de tiendas como Hites, Corona y Family Shop, porque “ahora podía”; pero en octubre, mientras compraba un regalo de cumpleaños en Arrow, vi una camisa que me enamoró y decidí darme el gusto y comprármela, desde entonces fue mi camisa favorita… justo la que llevaba puesta ayer cuando iba pasando por esa reja de un paradero del transantiago con el “fierro salido”.

Esa fue la gotita, no por la camisa, las cosas materiales se recuperan, si no que por lo irónico del asunto… yo contento escuchando música y cantando, con mi mejor cara a pesar de todo, a pesar de tener lo de mi mama y lo te la tarjeta encima, afrontando la vida con optimismo y era como si la vida me escupiera en la cara y me gritara “¡De que te ríes conch’e tu madre!, ¡Tu optimismo no sirve para nada!”… y me amargué.

Hablé con mi señora por teléfono, quien me sugirió ir a una iglesia.

Yo no creo en la iglesia como institución, pero sí creo en el mundo espiritual y por ende en dios (un muy personal dios distinto al que venden las religiones, pero para efectos de hacerme entender al resto del mundo: dios). Por lo tanto le hice caso a mi mujer y entré a una Iglesia católica, no por lo que representa para los católicos, si no que como un icono de espiritualidad; un lugar de paz donde poder ordenarme espiritualmente, un lugar protegido de las “malas vibras” del exterior por la misma energía que los creyentes proyectan en ella.

Allí medité. Trate de poner mi mente en blanco y de volver a equilibrarme mentalmente. Busqué y pedí protección de la mala onda de afuera y recuperé algo de calma y de paz interior.

Cuando salí había una viejita pidiendo limosna en la puerta que no estaba cuando entré.
Yo nunca doy plata. Puedo (y lo he hecho) invitar a un mendigo a sentarse a la mesa conmigo para compartir mi plato en un restaurante, o ayudar trabajando a alguien que lo necesita; pero plata así no mas no doy.  Por costumbre no le di y seguí caminando, pero me detuve un poco más allá. Estaba pidiendo equilibrio, estaba pidiendo que el universo tuviera piedad conmigo, pero yo seguía encerrado egoístamente en mí, y pensé que a lo mejor el universo puso a la viejita ahí para “cobrarme la reparación del karma” por decirlo de alguna manera.

Así que me devolví y le di luca. No me importa si era una viejita que realmente lo necesitaba o era una estafadora, fue simbólico, fue la oportunidad que me puso el universo para demostrar que a pesar de todo sigo siendo de los buenos. Y me fui tranquilo.

Recordé una frase muy cierta: “creer que no nos pasará nada malo por ser bueno es tan absurdo como creer que por ser vegano un tigre no te va a comer”, y pensé que aunque puede que lo poco que queda de este año me siga tratando mal, ya había tenido mi respiro, y me podía volver a poner de pie para aguantarlo, con la energía positiva que se me había ido gastando; Con el positivismo sin el cual creo que este año de mierda podría haber sido peor, y que espero me siga protegiendo.